lunes, 28 de abril de 2008

El Vuelo


¡Qué fantástica sensación! Libertad infinita es corta descripción para lo que le recorre a uno por dentro.Puedo derivar a izquierda, a derecha…subir y bajar solo con el ápice de un pensamiento, sin sentir el viento ni nada parecido que me pueda empujar hacia un lado u otro, como una nave en la inmensidad del mar gobernándose a sí misma, sin piloto ni navegante que influya en su derrota, pero aún mejor, pues una nave a la deriva es empujada aún así por vientos y corrientes que lo acabarán llevando hacia algún lugar, en alguna parte.Ahora subo y veo blanquísimas nubes, cada vez más cerca he intento sentirlas rozando mi rostro, pero no noto nada. Navego entre ellas saliendo a la luz y entrando de nuevo entre los enormes algodones, girando, con los brazos extendidos, pero no me veo los brazos. Intento olerlas aspirando fuertemente para percibirlas dentro de mí, pero no hay olor. Y bajo, bajo muy rápido girando de nuevo sobre mí mismo como queriendo aprovechar tan agradable libertad de movimientos suaves a veces, bruscos otras, aunque no los sienta como tal.Las copas de los árboles están tan cerca que viro hacia un lado y otro para esquivarlas en mi rápida bajada, y ahora a ras de ellas. De pronto una pared, ventanas, cristales relucientes… subo otra vez casi rozándola con mi pecho, al que no advierto, pasando sobre las tejas que a tal velocidad parecen trazadas con tiralíneas. Se abre ante mí una gran plaza con gente paseando en todas direcciones, acompañadas, solos…Aleteos pegados a mi oído cuando traspaso una bandada de palomas que han sido espantadas por un niño, reflejando su travesura con una inmensa sonrisa y los brazos desplegados hacia el cielo, como si quisiera dirigir el vuelo de los pájaros que vuelven a posarse en el suelo ahora un poco más allá.Navego entre la gente, algunos andan, otros sentados en bancos, y hasta hay quien pinta sobre un lienzo, paso por encima, por los lados, doy una vuelta, me pego a ellas… pero no me ven.Una estatua de bronce en uno de los lados de la plaza hace sentirme atraído por ella, trazo unos círculos en derredor y observo su fría y estática mirada… no es ella la que me llama. Hay alguien sentado en uno de los escalones del pedestal, parece dormido y el libro abierto que sostiene entre las manos parece que se le va a caer, tiene la cabeza apoyada contra la piedra y los ojos cerrados. Siento que debo dejarme caer sobre ella, ligero, balanceándome suavemente y despacio… muy despacio. Es como un imán al que hay que dejar cumplir con su misión. Y entro en el cuerpo inerte llenando un vacío que nunca estuvo desierto, con mil hormigas recorriéndome de extremo a extremo, ¡Qué agradable cosquilleo!Abro los ojos, no veo bien, la bruma de un largo descanso los cubre, pero dura unos segundos apenas, pues después de frotarlos un poco, desaparece. Me doy cuenta entonces que ha punto ha estado de caérseme el libro de las manos. Andando unos pasos, indeciso y sin saber muy bien donde voy, cruzo la plaza con la rara sensación de cargar sobre mis pies el peso de mi propio cuerpo, como aplastando las grandes plaquetas del suelo, cuando noto algo que me tira detrás, en la chaqueta. Es el niño que espantaba las palomas, en su manita tendida hacia mí, me ofrecía algo… una pluma. Se aleja, quizás la mujer que le espera sea su madre. Con una sonrisa dulce, no deja de mirarme, tiene algo en esa mirada…algo que solo él sabe… y yo, creo.He guardado la pluma dentro de mi libro, levantado la vista hacia el cielo azul, respirado el aire dejando que llenara mis pulmones y con el alma rebosante de vida, hecho a andar de nuevo con el paso firme de quien se sabe seguro de haber sentido su libertad.
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Del cuaderno de Chus
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